martes, 13 de abril de 2010

HOGUERAS DE SAN JUAN

Óleo de Viejo Zorro (InFA INOT)


Partiendo del amor como argumento, cada uno escribe su historia. Renglón a renglón yo he ido escribiendo la mía, capítulo tras capítulo el amor me ha presentado tantas caras y situaciones distintas, que me han hecho sentir escritor agradecido de poderlas escribir, romances que más parecían inventados que vividos, y amores prohibidos que enriquecieron mi paso por el tiempo, tanto o más que los permitidos, si  unos y otros, así se pueden llamar.

Amores,  que por vivirlos a mi manera, comparé con hogueras de San Juan, aquellas que yo salté antaño y que hoy volvería a saltar, hogueras que empiezan ardiendo tímidamente hasta que sus llamas pretenden  alcanzar el cielo, luego van decayendo y no resta de ellas más que un rescoldo en el suelo,  luchando por conservar el calor de un fuego que sin remedio  se extingue, al fin y a la postre,  solo se queda de la hoguera la ceniza que las ascuas tapó y un tronco de encina que  el calor guardó hasta que la primera lluvia de otoño sentenció: Esto se acabó…

Ese tronco de encina que hasta el final aguantó,  era yo, un romántico soñador con el amor como inspiración para  un libro que encuaderné con mi vida, un libro que de un tiempo a esta parte vengo releyendo cada día y no sé en qué página me perdí, incluso no sé ya, si el libro que en mi mente escribía  era de otro ó era mío, pues de pronto me encuentro con páginas de una nueva historia que nada tiene que ver con todo lo escrito hasta ahora, ni tampoco con quien la escribió.  En esta penúltima parte, ya que nunca diré, la última,   no hay comparaciones con hogueras de San Juan, ni hay quien las quiera saltar, pero sí renace  un fuego en mi interior que nadie podrá apagar. No habrá ceniza ni lluvia, ni tronco de encina que quiera aguantar, no habrá nada que impida que se apague la llama que de nuevo arde en mi corazón, un corazón que creía haber amado cuanto se podía amar y viene a descubrir  al final, que el amor es algo más grande que todas las  hogueras de San Juan.

 Esta historia que se escribe sola, sorprendiendo a quien la escribe de lo que teclean sus torpes dedos, arrastra a su autor por los renglones escritos como pluma a caballo del viento y me convierte en el dueño inmerecido de una leyenda que se escapa a todo lo que he vivido y que empieza a trazar los primeros signos de una noche de luna llena en el Cielo y un zorro viejo que la contemplaba desde el suelo, un par de desconocidos  que en un espacio infinito perdidos, buscaban un mundo de fantasía donde poder corresponder a ese amor prohibido que nacía entre los dos.

En la última página que en mi mente puedo  leer, me pide la luna llena, que renuncie a la luz del Sol, y si no puedo  vivir el presente, salvo con  ayuda de la imaginación, que intente vivir los recuerdos más bellos y que nunca diga adiós, pues  siempre es tiempo de ser feliz. Sé que no me pide nada la luna que no me lo pida yo, pero que más he de  pedirle  a mis perezosos recuerdos de  hoy, que solo quieren llegar hasta donde aparece ella y se niegan a pasar de ahí.  Mi cuerpo tampoco  desea ir más allá de su mirada, antes y después,  todo se desvanece y en   mi memoria solo permanece una laguna de cristal, que refleja todo lo vivido y lo extiende como  alfombra mullida sobre  un nuevo camino que siempre me lleva a allí.

 Yo, que creí haber amado más y mejor que nadie, haber volado a lo más alto y haberme hundido  en lo más profundo del amor,  vengo a darme cuenta, y nunca es tarde,  de que jamás me había dolido el corazón como ahora por un amor prohibido y hoy me duele por ella. Esta página que mi mente dicta por su cuenta, para que yo escriba sobre los dos, será la que cierre un libro al que no le daré fin, porque el final será el mío y será dedicado a la luna, retrasaré cuanto pueda esta dedicatoria y me aferraré a la vida mientras controle mi pluma y aún pueda escribir TE QUIERO en las noches estrelladas,  aunque me tiemble el pulso  mientras me asaltan las dudas,  en las noches que los sueños me hagan vivir y en los días que la vida me haga soñar sin echarme culpa alguna.

 No dejaré de quererla por más prohibido que su amor me sea y por más que la vida me lo reproche. Podrá  prohibirme el tiempo vivir más allá de mis días, intentará  el mundo prohibir mi locura, como la distancia me prohíbe alcanzar la luna, deseará alguien prohibirme el amor que me regala, pero en el mío mando yo, o mejor dicho,  mandaba ayer, pues con sus ojos se fue y  se quedó en aquel encuentro, ella sabrá lo que hacer  con él.

Viejo zorro

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